Un cementerio es un lugar asociado a lo liminal, un espacio en el que podemos quedar suspendidos con nuestra incertidumbre para ahondar en la historia, el pasado y llevar a cabo un proceso de aceptación de la perdida. Un lugar de espacio intermedio donde uno se adentra en el territorio de lo entrelazado, dela ambigüedad. Un espacio donde todo queda suspendido para que lo fantasmal se convierta en emisario de la memoria.
Tocar una tumba supone un acto mágico que cruza lo simbólico con las fronteras del trauma. Una ceremonia inocente que apela al deseo del alma; como cuando frotamos un objeto para pedírselo al genio del cuento de la lámpara. Pero, como indica Derrida, hay una ley del tacto. Hay esa ley, que además es la ley y nos indica que: “hay que tocar sin tocar. Al tocar, está prohibido tocar: no tocar en la cosa misma, en lo que hay que tocar. En lo que queda por tocar. Y, primeramente, en la ley misma” (Derrida, El tocar, Jean-Luc Nancy 2010: 105).
Más de 70.000 personas han perdido la vida por COVID-19 en un año de pandemia. Más de 70.000 familias que no han podido tocar. Un gesto sencillo, poético, la esencia de lo vivo modelado por la hapticidad (el tacto) con lo que transmitir una vibración que es la magia de lo físico.
Este video es un deseo para frotar de nuevo la lámpara y tocar 70.000 genios que ya viven dentro.
Un correlato que quiere despedir.